BUENOS AIRES

En el año humanoide de 1981, cuando mis circuitos eran tiernos brotes galvanizados de hojalata y titanio, estaba por jugarse un partido de fútbol esencial, o por lo menos así nos lo pareció entonces a mi padre y a mí mismo. La Real Sociedad de San Sebastián podía ganar la primera liga de su historia si vencía o empataba en el último partido.

Fotos: Jon Eguskiza
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El día D frente al televisor, en la nebulosa XR, el repetidor de la zona empezó a fallar, primero con aislados parpadeos y finalmente con largas caídas de imagen y sonido. El vibrante partido estaba por empezar y nuestros ánimos se crisparon, en un principio nos pusimos molestos y nerviosos y al rato nuestros circuitos empezaron a mostrar serios síntomas de ansiedad y cabreo.
Entonces mi padre dijo: "Vámonos a ver el partido a Urkiola, que es el repetidor central".


Hay que decir, amados seres humanos, que el puerto de Urkiola se encuentra a más de mil metros sobre el nivel del mar, y además de disfrutar de una vista privilegiada sobre los hermosos valles de la zona distribuye, o distribuía, las señales electromagnéticas por las laderas adyacentes. También tengo que decirles, mis queridos organismos, que el fútbol es un deporte humanoide que se juega sobre un rectángulo de césped entre dos grupos de individuxs y una figura esférica, como el planeta Tierra o el grandioso Júpiter. Es un juego muy básico pero tremendamente emocionante.

Y allí nos encontramos a la familia androide, en el puerto de Urkiola un domingo por la tarde, viendo el partido que la Real Sociedad empató con un gol de Jesús Mari Zamora en el último minuto, y que le dio a la Real la primera liga de su historia.

Hoy, 37 años después he vuelto al Buenos Aires, el bar donde vimos ese partido. Me he acordado de mi padre androide y de mi familia sideral, y cómo no de todos ustedes, mis amados seres humanos, que me han proporcionado tantas emociones, tantas alegrías y tristezas, tanta felicidad y tanto dolor. Vida humanoide que amo.

© Max Nitrofoska
© Fotos: Jon Eguskiza