LOS MUY QUEMADOS

3 de enero

En el Café Santos, entre mesas cojas y vasos de café frío, se gestó la idea. Ulises estaba de pie, como siempre, gesticulando con la intensidad de alguien que lleva demasiado tiempo encerrado consigo mismo. León escuchaba desde su silla, con el cigarro a medio consumir en los labios, mientras el narrador —es decir, yo— observaba desde su rincón habitual.

Es perfecto. Mira, tenemos las palabras, tenemos algo que decir, ¿por qué no lo hacemos con música? —replicó Ulises, golpeando la mesa con la palma de la mano.

Porque no sabemos tocar —respondió León, sin perder la calma, mientras exhalaba una bocanada de humo.

Ese detalle, que habría sido suficiente para detener cualquier otro proyecto, no pareció importarle a Ulises. Había algo en su forma de hablar, en la chispa que le iluminaba los ojos, que hacía que sus ideas, por absurdas que fueran, parecieran posibles.

El punk no va de tocar bien. Va de gritar lo que otros no se atreven a decir. Y nosotros tenemos mucho que gritar.

León soltó una carcajada breve, más parecida a un bostezo. El café estaba casi vacío, excepto por una pareja en la esquina que discutía en voz baja y el camarero, que secaba vasos con una paciencia infinita.

Está bien, digamos que lo hacemos. ¿Qué nombre le ponemos a la banda? —preguntó León, dejando caer su cigarro en el cenicero con un gesto teatral.

Ulises miró por la ventana, hacia la calle gris y las sombras que se deslizaban bajo la lluvia.

Los Hijos del Horizonte —dijo, casi en un susurro.

León arqueó una ceja, como si le hubieran contado un mal chiste.

Es demasiado poético. Suena a un libro que nadie quiere leer —replicó, con esa mezcla de sarcasmo y sinceridad que le caracteriza.

Ulises se encogió de hombros.

Entonces propón tú algo mejor.

León bebió un sorbo de su café frío, se limpió la comisura de los labios y respondió con una sonrisa.

Los Muy Quemados.

Hubo un silencio breve, cargado. Lo suficiente como para que el camarero levantara la mirada y la bajara de nuevo. Ulises parecía dispuesto a discutir, pero luego asintió.

Sí. ¿Por qué no? Es lo que somos.

Yo, desde mi rincón, no pude evitar reír en voz baja. La idea de montar una banda de punk con nuestras habilidades limitadas era, por supuesto, ridícula. Pero llamarnos Los Muy Quemados la hacía perfecta.

Texto e imagen: Nitrofoska
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4 de enero

El primer ensayo fue un caos absoluto. Nos reunimos en un local de paredes agrietadas alquilado por horas a las afueras del barrio. El suelo estaba cubierto de botellas vacías, cables viejos y algo que sospechosamente parecía moho. La batería, donde acabé sentado por descarte, estaba incompleta y cojeaba como si fuera a desmoronarse al primer golpe.

Ulises afinaba el bajo soltando maldiciones, mientras León, por su parte, sostenía una guitarra prestada que en sus manos parecía más un adorno que un instrumento real.

¿Alguna vez has tocado algo? —preguntó León, ajustando las cuerdas con torpeza.

¿Alguna vez has hecho algo bien, cualquier cosa? —respondió Ulises, sin levantar la vista.

Tranquilos, virtuosos —interrumpí desde la batería, probando un golpe que sonó como un disparo apagado.

La primera canción ni siquiera tenía estructura. Ulises marcó un ritmo improvisado con el bajo, León lo siguió con acordes disparejos, peleados entre sí. Yo, detrás de ellos, simplemente intentaba mantener el tiempo, aunque el pedal del bombo insistía en quedarse atascado. Y, sin embargo, había algo en el caos que nos hacía avanzar.

Cuando terminamos, jadeantes y cubiertos de sudor, León rompió el silencio.

Bueno, esto ha sido un horror —dijo, encendiendo un cigarro.

Pero ha sido nuestro horror —replicó Ulises, con una sonrisa torcida.


5 de enero

El segundo ensayo no fue mejor en lo técnico, pero sí más revelador. León llegó con un cuaderno lleno de letras garabateadas. Algunas páginas habían sido tachadas con tanta furia, que estaban despedazadas, hechas jirones. Ulises echó un vistazo y arqueó las cejas.

¿Qué es esto? —preguntó.

Las letras —contestó León.

Había una que hablaba de noches sin fin y ciudades que se derrumban bajo el peso de las promesas incumplidas. Yo la leí en voz alta, tambaleándome con algunas palabras. Ulises negó con la cabeza.

Es demasiado… elegante. Esto es punk. Tiene que ser más directo, más crudo.

León suspiró y arrancó la página. Volvió a escribir, esta vez con movimientos bruscos, casi violentos. Cuando terminó, me pasó la hoja. La letra era más corta, más directa, como un puñetazo en el estómago. La leímos juntos. Había algo en esas palabras que resonaba con una increíble energía condensada, un grito al fin desbocado.

El ensayo continuó. Ulises marcó un ritmo básico con el bajo, León rasgó la guitarra con furia desordenada y yo intenté seguirlos desde la batería, golpeando con más entusiasmo que precisión. Por primera vez, empezábamos a sentirnos como una banda, aunque fuera solo por momentos. El ruido que hacíamos ya no era solo caos, lo guiaba un destello de intención.

Al terminar el ensayo quedamos exhaustos, pero algo había cambiado. Nos miramos en silencio, como si compartiéramos un secreto que no podía ser expresado con palabras.

Esto va en serio, ¿no? —pregunté.

Eso parece —respondió Ulises.


7 de enero

El tercer ensayo fue distinto. Por primera vez, algo encajó. León llegó con la guitarra afinada, una proeza de la que hasta él parecía sorprendido, y Ulises había encontrado un ritmo que podía sostenerse por más de unos pocos segundos. Yo, desde la batería, comencé a sentir el tempo, como si ese ruido caótico comenzara a tener un pulso propio.

Esto empieza a parecer música —dije, dejando caer las baquetas.

León soltó una carcajada seca.

No exageres.

Pero había algo en su mirada que decía lo contrario. Seguimos tocando hasta que nuestras manos estuvieron demasiado doloridas y entumecidas para poder continuar. No éramos buenos, ni siquiera decentes, pero algo en ese local, rodeados de grafitis y cables quemados, nos hacía sentir invencibles.

Antes de irnos, Ulises habló:

Necesitamos un concierto. Algo pequeño, pero real. Una excusa para gritarle al mundo.

León y yo nos miramos, sorprendidos, pero no replicamos.

Caminamos juntos bajo el cielo nublado, con una energía arrolladora que sabía a promesa. Los Muy Quemados estaban listos para el incendio.

©Nitrofoska

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